(Es post es una prueba. Fue publicado originalmente hace diez años en el viejo Hernanii.net, antes del Mundial de Sudáfrica.)
Hace 20 años, esta tapa de El Gráfico resumía muy bien la sensación de los hinchas argentinos después de ganarle por penales a Yugoslavia en los cuartos de final de Italia ’90: después de cinco partidos bastante mal jugados, en los que habíamos dominado a un solo rival (los soviéticos) y habíamos tenido mucha más suerte de la que merecimos, estábamos otra vez en la semifinal de un Mundial. No sólo el título principal está bueno (“Misión Cumplida”) sino también el subtítulo, justo arriba del título: “Argentina, otra vez entre los grandes”.
Me acordé de esta tapa en estos días porque me parece que este espíritu de “Misión Cumplida” es un buen espíritu con el que encarar la Copa del Mundo y, después, dictar sentencia sobre el desempeño de Argentina. Desde 1994, la selección argentina ha estado llegando a los mundiales con un cóctel de expectativas resumido casi siempre en la oposición “campeón o fracaso”, un poco autoimpuesta, otro poco inflada por la prensa y otro poco por los hinchas argentinos, que después de llegar a tres de cuatro finales (78, 86, 90) estábamos mal acostumbrados y creíamos que llegar a las semis no era algo tan difícil.
Ahora llevamos cuatro mundiales seguidos sin semifinales, y Demichelis dijo ayer que Argentina tiene la obligación de llegar a la final. Hay que ver si Demichelis dijo esto teóricamente o aplicado a esta selección y este Mundial, pero lo que quiero decir al respecto es que, como hizo El Gráfico en 1990, los argentinos deberíamos ponernos como objetivo psicológico (y de buena onda hacia nosotros mismos y la selección) llegar a semifinales. Que eso sea misión cumplida. Después de las semifinales, además, es todo muy parejo y siempre un poco una lotería. Hagamos esta cuenta: si llegamos siempre a semifinales, y ganamos una de cada dos, y después ganamos una de cada dos de las finales, salimos campeones del mundo cada 16 años. Nada mal. Teniendo en cuenta que nunca salimos campeones fuera de Argentina o sin Maradona en la cancha, no sólo no está mal sino hasta parece inalcanzable.
Del paradigma “Misión Cumplida” me gusta, además, su atmósfera de honor y satisfacción del laburo bien hecho. Ir al Mundial y jugar los siete partidos, desde el primer fin de semana hasta el última, con la aristocracia del fútbol, recordándoles a los demás que los equipos verdaderamente grandes son los que están siempre ahí, que ganar con la camiseta consiste exactamente en eso: en ingeniártelas como sea para llegar vivo a los momentos en los que se decide todo.
“Misión Cumplida”, entonces. En 2006 estuvimos muy cerca: perdimos por penales en cuartos de final contra el dueño de casa. Este año (este mes: ya no falta nada), yo me conformo con semifinales. Con estar “otra vez entre los grandes”. Después vemos qué pasa.