Meritócratas unidos

La meritocracia es limitada e insuficiente, pero mejor que sus alternativas. Y, si no entendí mal al presidente, estamos de acuerdo más de lo que parece.

En los últimos años el nacionalismo progresista viene dando un combate aguerrido contra la idea de meritocracia, pero definiendo la meritocracia de una manera que no me parece del todo útil y que, además, ignora los aspectos positivos de tener reglas claras para la movilidad social.

Al mismo tiempo, creo que si definimos mejor de qué estamos hablando, estaríamos todos bastante de acuerdo.

La cuestión sería menor si no la hubiera tomado el presidente Fernández, que en las últimas semanas se refirió varias veces a la meritocracia. Dijo el otro día que “los millones que sufren son argentinos a los que el sentido de la meritocracia dejó de lado”, en su discurso inaugural ya había dicho que “a la meritocracia y al individualismo les vamos a imponer la solidaridad” y, en una entrevista reciente, dio su explicación más detallada: “La etapa del sálvese quien pueda, de la meritocracia, para mi está muerta en la Argentina porque la meritocracia es falsa, no es el mérito lo que nos hace llegar, sino la oportunidad que nos dan de llegar”.

Vayamos por partes. Mi definición de meritocracia, y la que voy a usar en estos párrafos, es bastante acotada: la veo como un sistema informal para elegir a quiénes les damos posiciones de liderazgo en una organización o una sociedad. Según ese sistema, es beneficioso para la organización o la sociedad que las vacantes las ocupen los mejores calificados para el puesto. Mejora a la organización tener a los motivados y capaces al mando, y ofrece a los candidatos una sensación de justicia, porque protege a los que no tienen acomodo ni contactos.

No más que eso. No es una manera de asignarle valor a algunos por encima de otros, no es una manera de justificar a posteriori el éxito de empresarios o ejecutivos y no es (mucho menos) una justificación para decirles a los pobres que son pobres porque les falta esfuerzo o inteligencia.


1.



También soy bastante humilde con lo que la meritocracia puede hacer. Churchill dijo famosamente que la democracia es la peor forma de gobierno posible, sacando a todas las demás. La frase parece una ocurrencia, pero es profunda: reconoce que la democracia nunca va a ser perfecta y que el único camino es hacerla todos los días un poquito menos imperfecta.

Lo mismo digo de la meritocracia. Es la peor forma de otorgar premios y castigos en una sociedad, sacando a todas las demás. La meritocracia es imperfecta, porque:

  1. siempre habrá personas que arrancan con desventaja, económica o de otro tipo.
  2. ningún sistema de elección es perfecto, ni el mejor sistema electoral o de concursos públicos.
  3. esconde la importancia de la suerte y la aleatoriedad en cómo nos va en la vida.

Así y todo el único camino que veo posible es mejorarla, acercarnos lo más posible al combo igualdad de oportunidades+meritocracia, aun sabiendo que es inalcanzable. Todas las otras alternativas son peores. 

¿Cuáles son las otras alternativas? Las habituales antes de las sociedades modernas: el nepotismo, el amiguismo, el reparto de cargos entre clanes, el elitismo, la obediencia ideológica, etc. Me parece mejor manera de legitimar liderazgos un sistema ligado al mérito que un sistema en el que los decisores premian a sus parientes, a sus amigos, a los miembros de su tribu, a sus compañeros de colegio o a los miembros de su partido político.

Creo que en eso todos estamos de acuerdo, incluido el Presidente. O deberíamos estarlo. ¿Quién hizo más méritos para ser jefe de Estado? ¿Alguien que dedicó su vida a la política y ganó una elección o un príncipe heredero?


2. 



De todas maneras, lo que Alberto y los kirchneristas de estos días quieren decir es (creo) que la igualdad de oportunidades hoy no existe en la Argentina. Que un habitante de Villa Azul, por poner un lugar de actualidad, no tiene posibilidades reales de ser juez o investigador del Conicet o diplomático, por poner tres instancias del Estado argentino que usan la meritocracia para elegir sus miembros.

Es cierto. Y es un fracaso de nuestra democracia. Pero eso se soluciona con más igualdad de oportunidades, no con menos meritocracia. En el caso de Villa Azul, con acceso a mejores bienes públicos, sobre todo educación de calidad, vivienda digna y un entorno social que le permita a cada chico o chica sentir que tienen derecho a soñar con todo. Que ni el Estado ni la sociedad le están diciendo “tu límite es éste”.

Por eso la igualdad de oportunidades no sólo no es incompatible con la meritocracia. Es una condición necesaria: no hay meritocracia real sin igualdad de oportunidades. ¿Cómo podemos saber que cada juez, investigador o diplomático es mejor de lo que podría haber sido una piba de Villa Azul que sigue ahí, quizás madre adolescente, probablemente en lo más informal del mercado laboral? No hay manera de saberlo. 

Mi diferencia con Alberto y otros es que, aun reconociendo esa imperfección, el camino no es reemplazar la meritocracia con “solidaridad” (que tampoco sé qué significa en este contexto) sino construir ambos caminos en simultáneo: más meritocracia para la clase media que quiere arrancarles puestos de liderazgo a élites más antiguas y más oportunidades reales para los que quieren dejar de ser pobres y sentirse de clase media.

Por eso también estoy a favor de cupos mínimos en organizaciones para mujeres y minorías, como las personas trans. Como no estamos donde queremos estar, y los sistemas con frecuencia tienden a reproducirse a sí mismos (aun bajo paraguas supuestamente meritocráticos), hay que pincharlos un poco para que se mantengan atentos y amplíen su base social.

Algo de esta idea de meritocracia que me conmueve es la sensación de justicia y ciudadanía que le da a un tipo sin contactos ni afiliaciones que le mete para adelante con algún proyecto sabiendo que ni la sociedad ni el Estado lo van a castigar o bajar de un hondazo. Sabe que no tiene garantizado el éxito, porque nadie le tiene. Pero cree que por lo menos el sistema no le va a hacer trampa y le va a dar fair play. Eso me parece una idea linda.


3.



Después hay otro problema, quizás semántico. Muchos críticos de la meritocracia creen que es un sistema no para decidir quién asciende en una organización sino un sistema moral para evaluar el éxito de las personas. Que, según esta visión de la meritocracia, los triunfadores son todos buenos porque llegaron ahí gracias a su esfuerzo personal y que los perdedores son personas a las que les faltó esfuerzo o astucia o inteligencia.

La crítica se ensaña especialmente con los triunfadores: los acusan de creer que llegaron solos y que se olvidan de todo lo que el Estado o la sociedad hicieron por ellos. Lo pone claro CFK en un video de 2019: “[La meritocracia] es la última gran coartada del neoliberalismo para hacerte creer que lo que tenías era sólo por mérito propio y no también del modelo económico y el rol del Estado”. (Enlazo a una nota y no al tuit original porque CFK me tiene bloqueado hace años.)

Quitando las palabras más taquilleras (“coartada”, “neoliberalismo”), la frase de CFK es de sentido común: lo que tenés se debe en parte a tu esfuerzo personal y en parte al esfuerzo de toda la sociedad. La sociedad te da el escenario, después cantás vos. La sociedad tira el centro, después cabeceás vos. Más allá o más acá, nadie podría estar en desacuerdo. Desde aprovechar un camino asfaltado hasta recibir una vacuna o ganar una beca, es innegable que el Estado y la sociedad algo tienen que ver con cómo nos va a todos.

La frase de CFK igual muestra que para sus críticos la meritocracia no es una cosa en sí misma sino una opinión sobre esa cosa, una herramienta retórica, que en parte se combate no con política pública sino con análisis del discurso. Ubicada en este nivel de abstracción mayor, es inevitable que se produzcan malos entendidos.


4.



Seguramente hay tipos a los que les fue bien y creen que deben su éxito sólo a sí mismos. Allá ellos. Pero también hay muchos, casi todos los que conozco, que reconocen las ayudas de otros –de la educación, de sus padres o mentores influyentes– y, sobre todo, reconocen que tuvieron suerte. La suerte es un factor fundamental en nuestras vidas y hay que saber convivir con ella. Hay que ayudarla, como decimos los meritócratas, pero siempre está, y no hay sistema, por más perfecto que sea, que pueda anular su influencia.

Tampoco creo que estaría bueno anularla, porque la falta de aleatoriedad potenciaría cierta obsesión dañina con el éxito. La mayoría de las personas que conozco no están todo el día apretando el acelerador de la ambición. Prefieren tratar, un poco ñoñamente, de ser felices. Si es con éxito, mejor. Pero saben que no es indispensable tener éxito para tener una buena vida.


5.



Un penúltimo párrafo sobre la relación de la meritocracia y el gobierno de Cambiemos. La conversación sobre la “meritocracia” empezó en abril de 2016 con un torpe comercial de Chevrolet llamado Meritócratas en el que un grupo de profesionales urbanos en rascacielos vidriados son identificados como potenciales clientes y orgullosos hacedores de sí mismos, donde “el que llegó, llegó por su cuenta, sin que nadie le regale nada”.

Enseguida se empezó a dar por hecho que el Gobierno impulsaba o defendía un modelo meritocrático, sobre todo en esta segunda acepción de meritocracia como juicio moral sobre el valor de las personas. Sin embargo, desde el Gobierno jamás usamos la palabra meritocracia. Sí existió, por supuesto, un énfasis del presidente Macri de recuperar el valor del trabajo y del esfuerzo, de no premiar los atajos o a los chantas. El objetivo de eso era recuperar una épica de movilidad social, que veíamos dañada y reemplazada por una resignación un poco triste. Hay un largo trecho entre eso y promover un supuesto sálvese quien pueda.


6.



Cierro. Esta frase de Alberto es muy jugosa para mostrar que en el fondo estamos hablando de lo mismo: “Una persona muy inteligente que nace en la pobreza no tiene las mismas posibilidades que un mediocre nacido en la riqueza”, dijo el otro día, mientras inauguraba un plan de viviendas. Esta frase, para mí, es menos una condena que una defensa de la meritocracia. Alberto está ahí mostrando premios y castigos mal aplicados. Está pidiendo más meritocracia, no menos. Está diciendo: “dejen competir al inteligente en la pobreza con el mediocre en la riqueza y verán que gana el inteligente”. Sería el ideal de la meritocracia: que no gane el hijo del dueño ni la sobrina del embajador o el ahijado del decano, sino quien verdaderamente puede hacer el mejor trabajo. Tan sólo un sueño. Trabajemos para alcanzarlo, con más oportunidades reales para los que hoy sienten que no tienen posibilidades reales.







COMPARTIR

Share on facebook
Share on twitter
Share on whatsapp
Share on linkedin
Share on email

Odiar el odio

Santiago Cafiero escribe contra los discursos del odio, pero su texto cae en lo mismo que denuncia y se parece insólitamente a un autorretrato.

Leer Más

¿Cuál es el dilema?

‘The Social Dilemma’, la película de Netflix sobre cómo las redes sociales ponen en peligro la democracia, comete los mismos pecados que denuncia.

Leer Más

Cómo ser oposición

Votantes de Juntos por el Cambio protestan porque ven una oposición muda y titubeante. ¿Es así? Ensayo cuatro respuestas y una conclusión.

Leer Más