Hitchens vs Timerman

[mayo de 2010] Del padre torturado al hijo embajador hay un largo trecho en la dirección correcta. ¡Pero!

(Este post es un post de prueba. El original fue publicado hace diez años en otro blog.)

Me compré el libro de memorias de Christopher Hitchens porque soy un fan: cuando me mudé a Nueva York leí sus Letters to a Young Contrarian y su Why Orwell Matters y yo, que siempre había encontrado placer en el innecesario pero irresistible arte de ser contrera, me enamoré.

El otro día, entonces, cuando compré el libro, lo abrí en una página cualquiera y justo aterricé en el mini-capítulo que Hitchens dedica a su viaje a Buenos Aires en 1977, donde entrevistó a Videla (“he looked like a cretin impersonating a toothbrush”) y estuvo una tarde leyéndole poemas medievales a Borges, una parada aparentemente obligatoria para los escritores británicos de paso por Buenos Aires. 

Hitchens incluye en estas páginas varias expresiones en castellano, pero, ay, lo hace con muchísimos errores. Yo venía diciendo últimamente que los grandes medios de Estados Unidos ya casi no cometían errores cuando hacían citas o usaban nombre en castellano, y que incluso ahora ponen casi siempre los acentos (vean este post de hoy de Tyler Cowen, por ejemplo: “Alcalá”, “González”), pero el libro de mi adorado Hitchens es dos pasos en la dirección incorrecta: casi todas sus frases en castellano están mal. Cito algunas, en orden de aparición:

La Opinion (sin acento), “escuadrone de la muerte”, “Los Madres”, “¡Todo mi familia!”, Claudia Inez Grumberg (es Claudia Inés), “rotondamente”.

Hay otras, menos importantes. Además no quiero ser demasiado puntilloso, sobre todo porque el libro, que ahora estoy leyendo del comienzo, está buenísimo. Pero Los Madres duele. Y escuadrone es insólito y gracioso.

El mini-capítulo argentino del libro de Hitchens, por otra parte, está escrito alrededor del recuerdo de Jacobo Timerman, con varias citas de Prisionero sin nombre, celda sin número, un libro (creo) mucho más leído en Nueva York que en Buenos Aires. Hitchens abre el capítulo con una escena durante la asunción de Obama, cuando lo viene a saludar Héctor Timerman, hijo de Jacobo y embajador argentino en EE.UU. El autor entonces aprovecha para decir cuánto han cambiado las cosas en estos 30 años, y tiene razón: del padre torturado y censurado al hijo embajador hay un largo trecho en la dirección correcta.

¡Pero! Siempre hay un pero para un young, o casi young, contrarian como yo. Leyendo a Hitchens no podía evitar pensar que Timerman Jr probablemente no tiene la mejor opinión de él, y que de ninguna manera tendría Timerman Jr una opinión positiva de él si Hitchens fuera argentino y hubiera tenido en Argentina una trayectoria ideológica como la que tuvo Hitchens: trotskista en los ’60, laborista en los ’70, anti-Clinton en los ’90, neoconservador (en política internacional) en los ’00, ardorosamente a favor de la invasión a Irak en 2003. Para estos  izquierdistas transformados en centristas o conservadores o no-populistas, el progresismo nacionalista porteño tiene reservado un lugar muy especial en el infierno.

Hitchens, además, opina lo que quiere sobre lo que quiere, a veces más cerca de la izquierda (vendió millones de ejemplares de un libro llamado Dios no es bueno) y, a veces, más cerca de la derecha. Esto, para Timerman Jr (que, insólitamente, dedica el 80% de su cuenta de Twitter a criticar a periodistas opositores) y para la sabiduría convencional del kirchnerismo sobre medios de comunicación, es sospechoso o por lo menos insuficiente. En Argentina, Hitchens probablemente habría empezado como moderadamente kirchnerista y después se habría ido corriendo, un poco por voluntad propia y otro poco porque lo empujaban los comisarios, hacia el anti-kirchnerismo tipo Roberto Gargarella o Beatriz Sarlo. Por eso, le advierto a mi admirado Hitchens: ojo con Timerman, que te respeta por tu amistad con su padre y, probablemente, por tu desprecio hacia Kissinger, pero en el fondo, creo yo, es un tipo con valores muy distintos de los tuyos.

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